miércoles, 26 de noviembre de 2014

Za Za, emperador de Ibiza (Ray Loriga)


A Ray Loriga llevan toda la vida poniéndole etiquetas. Según algunos es la estrella del rock de las letras europeas, según otros es el líder de la Generación X que comenzó en los noventa y según otros está redefiniendo la ficción del siglo XXI. Y es que todos sabemos que si algo gusta al público es ponerle una etiqueta a un escritor, como si fuese un tarro de mermelada en un supermercado. Y me gustaría pensar que un autor escribe más de lo que cabe en una etiqueta. Hace poco, en un programa de televisión donde iba promocionando este mismo libro, preguntó al público si alguien vivía en Madrid centro, y al que levantó la mano le preguntó si podían compartir taxi. Creo que esta mera anécdota, esta gracia televisiva, ya dice bastante primero, de cómo está la situación de los escritores, y de la capacidad de decir mucho con pocas palabras de Ray Loriga. Este siempre ha mostrado cierta predilección por seres marginales, alejados de la sociedad ya sea por sí mismos o por circunstancias impuestas.
Recuerdo con especial cariño sus tres primeras novelas, tres pequeñas joyas que he releído más de una vez, Lo peor de todo, Héroes y Caídos del cielo. Son páginas llenas de personas solitarias que buscan consuelo de diferentes formas, a veces melancólicas y a veces violentas. Pero se podía ver un poso común, un hilo conductor que parecía llevar de los personajes al propio autor. Y es que Ray, con esa tupida barba y esa mirada dura podría muy bien protagonizar uno de sus propios libros. Pero el actual Ray Loriga ya no es ese niño que soñaba ser escritor, es el hombre que sujeta a ese niño.
Y ahora nos llega Za Za, emperador de Ibiza, su nueva novela. Es esta una historia de Zetas, de muchas Zetas, tal como queda reflejado en la propia portada del libro. Imaginemos tres círculos superpuestos, de forma que la confluencia de los tres resulta ser una pequeña área protegida por el resto de esas formas geométricas. Esa pequeña área bien podría ser una isla rodeada de mar, pero no una isla cualquiera, sino Ibiza, y no a una hora cualquiera, sino de día, cuando los ánimos de la fiesta están más calmados y los fiesteros y los DJ´s están durmiendo o reposando sus penas en la playa. Cuando la fiesta ha acabado, se encienden las luces y podemos ver los restos de lo que una vez fue. El primer círculo es Za Za, el protagonista, un ex dealer retirado en esa isla que pasa sus días dando paseos, escogiendo camisas y comiendo pizza. Un buen muerto, en palabras del propio escritor. El segundo círculo es ZAZA, el barco de recreo más grande del mundo, de ciento ochenta metros de eslora y una alegre tripulación embutidas en polos náuticos rosas. Y el tercero es ZAZA, la mayor, más excitante y legal droga recreativa que se haya comercializado jamás. Y como un buen ciclón es la confrontación de vientos opuestos, este libro es la confrontación de estos tres frentes, de estos tres círculos, de todas estas Zetas.
Uno puede correr mucho para darse cuenta, al final, que los problemas siempre corren más que tú. Y el pobre Za Za se ve arrastrado por estos vientos como un pelele de la casualidad, que es lo que es. En esta novela se habla de casi todo, con esa ligereza que se te pega a los labios cuando estás de vacaciones en una isla mediterránea como es Ibiza. De la independencia, de las drogas, del dinero, el éxito, la experimentación científica, la felicidad y lo que somos capaces de hacernos unos a otros para ser felices, aunque sea de una forma fingida, pero felices al fin y al cabo. Y en el medio de toda esta vorágine el protagonista, que sólo aspira a vivir tranquilo y a que le dejen en paz. Porque, ¿no es esa la felicidad última? ¿No es eso los restos de la fiesta en las baldosas del suelo cuando asoma el nuevo día? Un día ventoso, con vientos en forma de Zeta.
Crítica por: Santiago Pajares / Latormentaenunvaso
http://www.estandarte.com/

martes, 25 de noviembre de 2014

Galería de escritores... escribiendo

Los escritores sufren y se divierten, leen a otros escritores, promocionan los libros que ya han publicado, pero sobre todo escriben, o eso pretendemos imaginar desde Estandarte. En otras ocasiones te hemos mostrado galerías de escritores guapos y de escritoras guapas, de escritores con sus perros y con sus gatos, e incluso de gatos independizados en el acto del disfrute de la buena literatura.
Sin embargo, nos quedaba una fundamental: la de escritores en su salsa, escribiendo. La de la lucha frente al texto, claro. Entre ideas y correcciones, protegidos por los títulos de su biblioteca que más estiman o rodeados de las fotografías de sus autores de cabecera, los escritores se entregan a lo que saben hacer con más talento.
Te traemos una muestra breve, pero intensa, que dicta el tópico, de escritores escribiendo. Tal cual, sin más aliños: solos frente a la página en blanco. A mano o a máquina, todavía sin la aparición de los ordenadores (¿qué tal una segunda galería?), todos nombres de referencia cuyos libros hemos disfrutado, nos asomamos a la intimidad de la escritura, y rompemos la magia o, mejor dicho, nos zambullimos en ella.
¿Te imaginas la prosa densísima de William Faulkner fraguándose en primera línea de piscina? ¿De qué forma las tarjetas en las que Vladimir Nabokov enlazaba sus palabras se convertían en originales para entregar al editor? ¿Dorothy Parker afilaba su lengua y su pluma en soledad o en compañía? ¿Y los poemas leves y precisos de Idea Vilariño? Esperamos que disfrutes de esta galería de escritores escribiendo.









Camilo José Cela.

Miguel Delibes
Miguel Delibes.


















William Faulkner, ¿escribiendo?










Gabriel García Márquez.










Gabriel García Márquez, escribiendo aún más.











Patricia Highsmith.










Vladimir Nabokov dicta una de sus historias a Vera, su esposa.











George Orwell.

















Dorothy Parker.





















Sylvia Plath.











Philip Roth.











Susan Sontag.










Idea Vilariño.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Los innovadores. Los genios que inventaron el futuro Walter Isaacson


Durante el frenesí de ensayos con bombas termonucleares de los años 50, un investigador de la Corporación RAND llamado Paul Baran empezó a preocuparse por la fragilidad de las redes de comunicación estadounidenses. Los sistemas telefónicos de la época exigían que los usuarios se conectasen a unos cuantos centros principales que sin duda se convertirían en blanco de los soviéticos apenas estallase la Tercera Guerra Mundial. Así que a Baran se le ocurrió una alternativa menos vulnerable: un sistema descentralizado similar a una red de pesca inmensa, con una serie de pequeños nodos cada uno de los cuales estaría conectado con otros. Dichos nodos no sólo serían capaces de recibir señales, sino también de encaminarlas hacia sus vecinos, generando así innumerables rutas posibles para que los datos siguiesen fluyendo en caso de destrucción de parte del sistema. Los datos viajarían por la estructura en bloques diminutos, denominados “paquetes”, que, al llegar a su destino, se autoensamblarían formando un todo coherente.
Cuando Baran expuso su idea a AT&T confiaba en que la empresa se daría cuenta de lo juicioso que sería construir un sistema que pudiese resistir un ataque nuclear. Pero, como narra Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952) en Los innovadores, los ejecutivos de AT&T reaccionaron como si Baran les hubiese propuesto entrar en el negocio de la cría de unicornios. Le explicaron por qué su red “de conmutación de paquetes” era físicamente inviable. Cuando terminaron, los ejecutivos le preguntaron si veía por qué la conmutación de paquetes no funcionaría, y Baran, escribe Isaacson, respondió que No. De este modo, AT&T desperdició su ocasión de pasar a los anales de la tecnología, ya que la computación de paquetes llegó a convertirse en una de las piedras angulares de Internet. Pero la empresa puede consolarse con el hecho de que no fue ni mucho menos la única en permitir que la negatividad impulsiva le impidiese ver una fabulosa oportunidad digital. En Los innovadores, poderosas corporaciones desdeñan ideas que valen miles de millones de dólares. Por fortuna para aquellos que nos sentimos perdidos cuando no tenemos a mano nuestros iPads o nuestros móviles 4G, los Paul Baran del mundo no se desaniman fácilmente.

La tenacidad es solo uno de los rasgos de carácter común a los brillantes personajes de Los innovadores. Isaacson identifica además otras virtudes fundamentales para el éxito de sus extravagantes héroes. Todos los pioneros digitales han detestado la autoridad, han apreciado la colaboración y han estimado el arte tanto como la ciencia. Aunque lo que enseña pueda ser trivial, el libro no deja de ser absorbente y valioso, y en él Isaacson despliega su enorme talento narrativo. Pocos autores tienen tanta habilidad para traducir la jerga técnica a una prosa atractiva, o para ilustrar cómo la arrogancia y la avidez pueden hacer que los genios pierdan el norte.

Isaacson ha elegido un proyecto muy ambicioso después de su biografía de Steve Jobs, y acierta al emplear una estructura lineal que da a Los innovadores un impulso natural. El libro empieza en la década de 1830 con la clarividente Ada Lovelace, la hija de lord Byron, distinguida por sus dotes para las matemáticas, que concibió una máquina que podía realizar diversas tareas en respuesta a distintas instrucciones algorítmicas. (Isaacson se esfuerza por rendir homenaje a las ignoradas contribuciones de las mujeres programadoras). A continuación, el relato da un salto hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ingenieros se afanaban por construir máquinas capaces de calcular las trayectorias de los misiles y los obuses. Uno de esos inventores fue John Mauchly, un joven y decidido profesor del Ursinus College. En junio de 1941 visitó Ames, en Iowa, donde un ingeniero electrónico llamado John Atanasoff había realizado una hazaña aparentemente portentosa: había montado una calculadora electrónica “que podía procesar y almacenar datos a sólo dos dólares por dígito”. En contra de los consejos de su esposa, que sospechaba que Mauchly no era de fiar, Atanasoff le mostró su improvisada creación. Poco después, Mauchly incorporó algunas de las ideas de Atanasoff a Eniac, la máquina de 27 toneladas aclamada generalmente como el primer auténtico ordenador. La áspera batalla por la patente que tuvo lugar a continuación se prolongó hasta 1973, y la victoria fue para Atanasoff.

A Mauchly se le reprueba el haber robado al más romántico de los arquetipos de la tecnología, al “manitas solitario del sótano” que hacía bosquejos de sus inspiraciones repentinas en servilletas de papel. Isaacson, en cambio, sostiene que las alabanzas que se dedican a personajes como Atanasoff son excesivas, ya que una idea ingeniosa no tiene valor a menos que pueda ser puesta en práctica a gran escala. Si Mauchly no hubiese ido a Iowa a “tomar prestado” el trabajo de Atanasoff, este habría sido “una nota histórica a pie de página caída en el olvido” en vez de un venerado pilar de la informática.

Isaacson no es tan indulgente cuando se refiere a los pecados de William Shockley, quien en 1956 compartió el Nobel de Física por coinventar el transistor. Shockley es el malo del libro, un personaje con afán de protagonismo cuyas tendencias paranoides arruinaron la empresa que llevaba su nombre. Sus ocho mejores investigadores la abandonaron y prosiguieron su carrera fundando Fairchild Semiconductor, la compa- ñía más influyente de la historia digital.Shockley, mientras, se convirtió en un delirante defensor de abominables teorías sobre la raza y la inteligencia.

La revolución digital germinó no solo en empresas de cuello blanco de Silicon Valley como Fairchild, sino también en los círculos hippies de la ciudad de San Francisco. Los miembros intelectualmente inquietos de esas comunidades “compartían el rechazo a las élites poderosas y el deseo de controlar su propio acceso a la información”. De su cultura de la independencia surgiría el ordenador personal, el ordenador portátil y la idea de Internet como una herramienta para la gente de a pie más que para los especialistas. Aunque Isaacson sin duda siente aprecio por esos espíritus inconformistas, el retrato que hace de su mundo adolece de un cierto distanciamiento antropológico. Tal vez por estar acostumbrado a escribir biografías de personajes que se movían por los pasillos del poder -Franklin, Kissinger, Steve Jobs-, el autor parece algo desconcertado ante individuos marginales comprometidos con la causa como Stewart Brand, un futurista inspirado por el LSD que predijo la democratización de la informática.

No obstante, esta pequeña falta se disculpa de inmediato al entrar en el entretenido último acto del libro, cuando los equipos informáticos se comercializan y los programas le siguen en su ascenso. Aquí la estrella es Bill Gates, a quien Isaacson presenta como una especie de gamberro, un jugador compulsivo, “rebelde por el simple gusto de incordiar”. Igual que Baran antes que él, Gates se topó con una tremenda falta de visión en el ámbito empresarial, en su caso en IBM, que fue incapaz de darse cuenta de que el ordenador personal, buque insignia de la empresa, sería relegado al olvido por sus clones si permitía que Microsoft otorgase licencias de MS-DOS, el sistema operativo de la máquina, a discreción. Gates sacó partido del error con un fervor salvaje.

Los innovadores no se le puede reprochar en verdad la precipitación de sus páginas finales, en las que Isaacson proporciona unos breves y muy poco esclarecedores vistazos a Twitter, Wikipedia y Google. El relato del libro no tiene una conclusión coherente, ya que en el momento en que su autor entregó el manuscrito la tecnología digital no había dejado de evolucionar. En consecuencia, cualquier final estaba condenado a resultar desfasado.

Pero incluso en su máxima precipitación, el libro muestra una genuina estima por sus personajes que hace que resulte difícil resistirse a él. Lo que lo hace más sobresaliente no son sus complejas narraciones de los logros asombrosos y de los dramas empresariales que les siguieron, sino los momentos de sosiego en los que nos damos cuenta de que el impulso más primario de los innovadores es la necesidad de sentir el júbilo de la infancia. 

viernes, 21 de noviembre de 2014

Las memorias de la duquesa: Yo, Cayetana

Cayetana de Alba lo cuenta todo... O casi todo.


Yo, Cayetana, memorias de la Duquesa de AlbaEn Yo, CayetanaCayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba, cansada de todo lo que se decía sobre ella a diario en las revistas del corazón, decidió tomar delantera y contar ella misma su historia. El resultado fue un libro que recorre buena parte de la historia de España del siglo XX, entremezclada con fiestas, bodas, guerras y piedras preciosas.

Si bien no seremos tan inocentes de creer que es la propia duquesa quien lo escribió, lo cierto es que se deja sentir claramente el estilo de Cayetana de Alba en la trascripción del texto, espontáneo y directo, y con preferencia de la anécdota graciosa sobre el retrato historiográfico.
En Yo, Cayetana, editada por Espasa, la aristócrata más querida y admirada narra por primera vez su historia. Con sinceridad, pasión y sentido del humor repasa sus recuerdos, desde su infancia de niña huérfana hasta el que era su momento actual, dejando pocas cosas en el tintero: no faltan múltiples referencias a la relación con su padre, sus grandes amores, sus tragedias personales, su trabajo por la Casa de Alba, su papel de madre, su increíble vida social...
Se han escrito tantas cosas de mí… y, sin embargo, se sabe tan poco. Solo se han enterado de lo que me ha dado la gana, dice Cayetana de Alba entre desafiante y divertida. La Duquesa de Alba decidió contarlo todo. O al menos lo que le ha dado la gana.

http://www.estandarte.com/

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Claves para convertirse en escritor

Escribir crear contar (Las claves para convertirse en escritor) es un libro editado por el Instituto Cervantes y Espasa que puede servir de base para aquellos que se están planteando iniciarse en esto de la escritura creativa y no saben por dónde empezar… Si es tu caso, sigue leyendo.
Escribir crear contarDe la mano del Instituto Cervantes, Escribir crear contarmuestra las claves para convertirse en narrador: desde cómo superar la página en blanco o conseguir caracterizar a un personaje, hasta aprender los conceptos básicos sobre la estructura. El autor del texto es el escritor y profesor de escritura creativa Mateo Coronado.
Muchos hemos sentido en algún momento la atracción hacia la escritura, la curiosidad por los secretos que definen una gran obra o el estilo que admiramos en nuestros escritores favoritos… “De la mano del Instituto Cervantes, este libro nos muestra las claves para convertirnos en hábiles narradores, tanto si estamos dando los primeros pasos en la escritura creativa como si queremos conocer con detalle las principales herramientas de la construcción literaria”, reza la contraportada del libro.
Si construir una voz literaria propia es una apuesta de largo recorrido, un viaje lleno de secretos por descubrir, una guía como Escribir, crear, contar. Las claves para convertirse en escritor bien puede servir pista de despegue para ello.
Se trata de un libro didáctico, con multitud de ejemplos que facilitan la comprensión e invitan a la aventura. Otra cosa es el don que cada uno tenga, y la vocación, pero no viene mal una ayudita, ¿no os parece?
http://www.estandarte.com/