viernes, 14 de diciembre de 2012

Érase una vez Hans Christian Andersen


Años antes de publicar La sirenita, El patito feo, La pequeña cerillera y centenares de relatos que lo convertirían en un clásico de la literatura infantil, un joven Hans Christian Andersen concibió la historia de una vela que no hallaba su lugar en el mundo hasta que una caja de cerillas acudió a su rescate, iluminándola y dotándole de todo su sentido. El primer cuento que escribió el entonces estudiante danés ha permaneció inédito durante casi dos siglos, hasta su reciente descubrimiento en un archivo familiar. Un hallazgo que ha sido calificado de “sensacional” en su patria natal.
El historiador local Esben Brage localizó el manuscrito hace apenas dos meses y, a pesar del corto espacio de tiempo transcurrido, diversos conocedores en la obra de Andersen (1805-1875) acaban de validar su autenticidad. Es el caso de Ejnar Stig Askgaard, principal responsable del Museo de la Ciudad de Odense (la ciudad danesa donde apareció la copia a mano del texto de Andersen) y experto en la obra del escritor. “Sin duda, este cuento de hadas debe ser contemplado como el relato más temprano de todos los escritor por Hans Christian Andersen; en él, el joven autor nos habla de la importancia que tiene la autenticidad de las cosas, la autenticidad del interior de nuestra mente frente a la poca trascendencia de la apariencia externa de las cosas”, explicaba ayer Askgaard a este diario.
El relato corto del escritor danés ha permanecido inédito dos siglos
Bajo el título The tallow candle narra la historia de esa vela de sebo decepcionada por el abandono y la incomprensión, pero que finalmente logra hallar su lugar en el mundo. Junto al enorme valor de tratarse del primer título del célebre cuentista, su hallazgo demuestra que el futuro novelista y poeta estaba interesado en el género infantil desde su juventud y bastante antes de conocer la fama. Así lo sostuvieron ayer algunos de los mayores expertos en la obra de el creador de El soldadito de plomo, entre ellos el mencionadoEjnar Stig Askgaard, quien expresó al diario danés Politiken su absoluta certeza sobre la rúbrica de La vela de sebo.
La primera página del cuento de Hans Christian Andersen. / AFP
Escrito en tinta sobre papel amarilla, el documento fue encontrado en el fondo de una caja que contiene parte de los archivos de una familia danesa, los Plum. No se trata del primer original escrito por Andersen, sino de una copia que encierra una pequeña historia (real). Durante su niñez, el autor contaba sus confidencias a la viuda de un vicario, Madam Bunklefod, a quien años más tarde quiso dedicar su primer cuento: “Para Madam Bunklefod de su devoto H. C. Andersen”, reza la inscripción que el joven adjuntó el manuscrito. La familia heredera de la dama hizo una copia del mismo (en la que también incluyó aquella dedicatoria del autor) y la envió a unos familiares cercanos, los Plum, en cuyo legado ha permanecido desde entonces. Nadie había reparado en ella y en el valor que encerraba, hasta que tan solo hace unas semanas, el historiador danés Esben Brage dio con lo que en principio parecía un simple pedazo de papel.
A decir de los expertos que han examinado minuciosamente el texto, el relato de la vela carece de la calidad y madurez de otras obras que grabaron en mayúsculas el nombre de H.C. Andersen, pero nos abre una importante ventana a sus primeros pasos en el arte del cuento. La pequeña y entrañable historia de la vela fue probablemente escrita entre 1822 y 1826, esta última fecha tres años antes de que el escritor sellara su debut literario. Sucedió a aquel estreno una extensa obra jalonada, entre otros, por más de 160 cuentos, por títulos como Las zapatillas rojas o El traje nuevo del Emperador que han sido y siguen siendo leídos por generaciones y generaciones de niños.
Lo encontrado es una copia del original, en paradero desconocido
El hallazgo del manuscrito permite sumar un nuevo título a la dilatada obra de un autor universal. “Se trata de un cuento muy moralista, bastante sentimental y sobre todo consigue que un objeto material cobre plena vida”, valoró para el diario The Guardianla autora británica y especialista en cuentos infantiles Sara Maitland sobre el relato del inocente encuentro entre una vela y una caja de cerillas que logra insuflarle las ganas de vivir. “Es un relato muy, muy Andersen, no conozco a otro escritor que sepa conseguirlo de ese modo”, apostilló una Maitland que se declaraba extraordinariamente sorprendida por el hallazgo: “¿Cómo ha podido ese cuento estar tanto tiempo escondido en una caja? Me fascina que nadie lo haya descubierto antes, cuando el mundo está lleno de expertos en la obra de Hans Christian Andersen”.
La aparición de un texto nuevo de Hans Christian Andersen es sin duda una gran noticia, un descubrimiento sensacional, como ya se ha escrito en periódicos de medio mundo. La vida y la obra del escritor danés han sido objeto de investigación desde hace más de un siglo. No era de esperar, por tanto, que apareciese nada completamente nuevo. Pero el historiador local Esben Brage halló en el archivo de la isla de Fionia lo que nadie podía sospechar: el que pudo ser primer cuento de Andersen, redactado cuando tenía entre 14 y 19 años. El estudio realizado por el investigador Ejnar Stig Askgård confirma la atribución. No se trata de un manuscrito original de Andersen, sino de una copia. Parece que el entonces futuro escritor regaló a una buena amiga de la familia, la señora Bunkeflod, ese primer fruto de su talento literario, y ella u otra persona de su familia regaló la copia a un tal S. Plum.
El mismo Andersen reconoce en uno de sus escritos autobiográficos que la casa de la señora Bunkeflod fue su primer auténtico hogar, y que en ella tuvo sus primeros contactos con la literatura y también que, al parecer, fue allí donde decidió dedicarse a escribir. No es extraño, por tanto, que ese primer ensayo lo regalara a su amiga y protectora. El cuento Tællelyset (La vela de sebo) reúne muchas de las características del autor. No solo de sus cuentos, también de sus novelas, muchos de sus poemas y dramas. La búsqueda del lugar en la vida, las apariencias sucias y pobres que ocultan un alma buena y creativa, la capacidad de iluminar a todos los demás, son elementos constantes en Andersen. Por ejemplo en El patito feo, donde bajo las feas plumas de un pato sin gracia se esconde un bello cisne que, sin embargo, no llegará a la culminación sino tras muchas penosas aventuras. Igual que esta vela de sebo. Por otra parte, tomar como eje central de un cuento un objeto aparentemente tan cotidiano como una vela barata es uno de los rasgos más característicos de los relatos andersenianos: sartenes, abetos, cuellos de camisa, farolas, cuellos de botella y otros objetos heterogéneos son protagonistas de algunos cuentos magníficos.
La luz, tan evidente en este nuevo cuento, es un tema constante en el autor. La farola y La pequeña cerillera son ejemplos de ello. Pero mejor aún si nos vamos a su cuento Las velas, donde la humilde vela de sebo regalada a una niña pobre no será menos que la aristocrática vela de cera regalada a una niña rica. Dice la de sebo: “¿Habrán podido pasarlo mejor las velas de cera en sus candelabros de plata? ¡Me gustaría saberlo antes de consumirme!”.
Este hallazgo nos permite ver cómo los temas y el estilo, las preocupaciones vitales y literarias de H. C. Andersen, estaban ya conformadas antes del inicio de su carrera como escritor —el más famoso en el plano internacional— que ha dado Dinamarca.
Enrique Bernárdez es traductor de la obra de H. C. Andersen al español y catedrático de Lingüística General en la Universidad Complutense.
Hervía y bullía mientras el fuego llameaba bajo de la olla, era la cuna de la vela de sebo, y de aquella cálida cuna brotó la vela entera, esbelta, de una sola pieza y un blanco deslumbrante, con una forma que hizo que todos quienes la veían pensaran que prometía un futuro luminoso y deslumbrante; y que esas promesas que todos veían, habrían de mantenerse y realizarse.
La oveja, una preciosa ovejita, era la madre de la vela, y el crisol era su padre. De su madre había heredado el cuerpo, deslumbrantemente blanco, y una vaga idea de la vida; y de su padre había recibido el ansia de ardiente fuego que atravesaría médula y hueso… y fulguraría en la vida.
Retrato de Hans Christian Andersen /THE BETTMANN ARCHIVE
Sí, así nació y creció cuando con las mayores, más luminosas expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró a otras muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer la vida y hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar dónde más a gusto pudiera sentirse. Pero su confianza en el mundo era excesiva; este solo se preocupaba por sí mismo, nada en absoluto por la vela de sebo; pues era incapaz de comprender para qué podía servir, por eso intentó usarla en provecho propio y cogió la vela de forma equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada vez mayores el límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por completo y quedó totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la rodeaba, había estado en un contacto demasiado estrecho con ella, mucho más cercano de lo que podía aguantar la vela, que no sabía distinguir lo limpio de lo sucio… pero en su interior seguía siendo inocente y pura.
Vieron entonces sus falsos amigos que no podían llegar hasta su interior, y furiosos tiraron la vela como un trasto inútil.
Y la negra cáscara externa no dejaba entrar a los buenos, que tenían miedo de ensuciarse con el negro color, temían llenarse de manchas también ellos… de modo que no se acercaban.
La vela de sebo estaba ahora sola y abandonada, no sabía qué hacer. Se veía rechazada por los buenos y descubría también que no era más que un objeto destinado a hacer el mal, se sintió inmensamente desdichada porque no había dedicado su vida a nada provechoso, que incluso, tal vez, había manchado de negro lo mejor que había en torno suyo, y no conseguía entender por qué ni para qué había sido creada, por qué tenía que vivir en la tierra, quizá destruyéndose a sí misma y a otros.
Más y más, cada vez más profundamente reflexionó, pero cuanto más pensaba, tanto mayor era su desánimo, pues a fin de cuentas no conseguía encontrar nada bueno, ningún sentido auténtico en su existencia, ni lograba distinguir la misión que se le había encomendado al nacer. Era como si su negra cubierta hubiera velado también sus ojos.
Mas apareció entonces una llamita: un mechero; este conocía a la vela de sebo mejor que ella misma; porque el mechero veía con toda claridad -a través incluso de la cáscara externa- y en el interior vio que era buena; por eso se aproximó a ella, y luminosas esperanzas se despertaron en la vela; se encendió y su corazón se derritió.
La llama relució como una alegre antorcha de esponsales, todo estaba iluminado y claro a su alrededor, e iluminó al camino para quienes la llevaban, sus verdaderos amigos… que felices buscaban ahora la verdad ayudados por el resplandor de la vela.
Pero también el cuerpo tenía fuerza suficiente para alimentar y dar vida al llameante fuego. Gota a gota, semillas de una nueva vida caían por todas partes, descendiendo en gotas por el tronco cubierto con sus miembros: suciedad del pasado.
No eran solamente producto físico, también espiritual de los esponsales.
Y la vela de sebo encontró su lugar en la vida, y supo que era una auténtica vela que lució largo tiempo para alegría de ella misma y de las demás criaturas.


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